En los niños y adolescentes, una disminución incluso marginal de la ingesta de energía puede asociarse con un crecimiento más lento y con el riesgo de deficiencias de nutrientes esenciales. Las razones que esgrimen los adolescentes para consumir dietas con bajo contenido de energía son múltiples y variadas; los factores motivadores detrás de la mayoría de ellas son el bajo nivel de autonomía, la insatisfacción con su imagen corporal, y el deseo de verse más delgados, tengan o no sobrepeso. Las selecciones hechas por los adolescentes respecto de su alimentación pueden ser consistentes con las recomendaciones, tales como aumentar el contenido de verduras y granos integrales (muchos jóvenes tienden a derivar al vegetarianismo), pero estos cambios tienden a ser transitorios debido a los hábitos y a la sensación de hambre, lo que resulta a un retorno a los hábitos previos y en consecuencia a sentimientos de fracaso y frustración. Esta situación contribuye a que muchos jóvenes incurran a prácticas poco saludables tales como ayunos, saltarse algunas comidas, practicar regímenes muy restrictivos, el uso de laxantes y diuréticos, vómitos auto provocados, uso de fármacos para bajar de peso, y tabaquismo. Además de las obvias consecuencias de tipo psicológico y físico que acarrean estas prácticas y patrones disfuncionales de alimentación, existe creciente preocupación porque estas dietas autoimpuestas, que sigues los preadolescentes y adolescentes, pueden causar efectos paradojales que resultan en aumentos exagerados de peso a lo largo del tiempo, así como en toda una gama de otros riesgos para la salud.

El mejor consejo que se puede dar a los jóvenes acerca de su autoimagen puede ser la educación en nutrición basada en el concepto del balance y la densidad de nutrientes.

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